La pandemia de la COVID-19 ha marcado un antes y un después en nuestras vidas. No solo se ha llevado a muchos seres queridos, inundando de tristeza y vacío millones de corazones, sino que ha cambiado también nuestra forma de vivir, obligándonos a encerrarnos en casa y a activar recursos de adaptación y resiliencia para afrontar la nueva amenaza.

El Estado de Alarma del 14 de marzo fue el pistoletazo de salida del confinamiento. Colegios, bares, restaurantes, equipamientos culturales y centros de ocio se cerraron a cal y canto. Los niños dejaron de ir al cole y gran parte de los adultos empezamos a teletrabajar. El lunes 30 de marzo, una semana antes de Semana Santa, se produjo la hibernación total del país, con el cese de todas las actividades laborales no imprescindibles. Las ciudades se quedaron desiertas, como en una película de ciencia ficción, y las pocas personas que transitaban por las calles, lo hacían ataviadas con mascarillas y guantes, y esquivándose unas a otras. Se respiraba miedo y desconfianza.

Durante todo este tiempo, hemos ido convirtiendo nuestras casas en nuestro nuevo micro mundo, la “pequeña cueva” que nos ha protegido del virus y nos ha proporcionado una sensación de seguridad.

A partir del 13 de abril, lunes de Pascua, se fue reanudando progresivamente la actividad laboral de aquellos sectores que pararon con el decreto de hibernación, aunque la mayor parte de la población continuó confinada en casa.  Posteriormente, iniciaron las controvertidas fases de la desescalada. Fue entonces cuando mucha gente empezó a resistirse a salir a la calle, por miedo a coger el virus y contagiar a los suyos. Es lo que se conoce como el “Síndrome de la Cabaña”, que más que un síndrome como tal, se trata de una reacción normal tras haber estado tanto tiempo encerrados en casa.  Los síntomas más comunes de este tipo de reacción son la sensación de cansancio y fatiga, dificultades de atención y concentración, apatía, ansiedad, angustia, miedo, inseguridad, tristeza o frustración y, sobre todo, miedo a salir de casa.

Desde Psikered, nos ofrecen algunos consejos para superar estas dificultades y adaptarnos, poco a poco, a la nueva situación:

  • Entender que detrás de nuestros miedos, se esconden los pensamientos negativos que crea nuestra mente “temerosa” que lo único que desea es protegernos ante cualquier amenaza, ya sea real o imaginaria.  En consecuencia, es importante aprender a distinguir entre la realidad y lo que podamos pensar acerca de la realidad. ¡No es lo mismo!
  • Por tanto, debemos vigilar a ese “Pepito Grillo” que nos martillea constantemente, y ayudarle a confiar más en nosotros y en nuestros recursos. ¡Sabemos protegernos!
  • Darnos tiempo para aprender a gestionar los sentimientos y emociones que puedan aparecer en estos días, pues igual que tuvimos que adaptarnos a no salir de casa, ahora toca adaptarse empezar a salir.
  • Salir de forma progresiva, poco a poco, empezando con pequeños paseos, cumpliendo siempre con las medidas de seguridad y protección.
  • Ponerse en movimiento, marcándose pequeños objetivos y rutinas diarias: ejercicio suave, pasos cortos alrededor de casa, etc.  Y, sobre todo, ¡nada de sofás o camas cuando no toque!
  • Confiar en nuestra propia capacidad de adaptación y resiliencia.
  • Y lo más importante: ¡Sentido del humor! No hay nada mejor que reírse de uno mismo…

 

¡Bienvenidos al mundo exterior!